Yuxtapuesto

No es ninguna casualidad, la neblina en las calles, los sonidos de la madera crujiendo y el quejido del viento en las ventanas anuncian la visita de las almas de mis parientes. Vienen a veces en un día lluvioso, disfrazadas de alguna gota que golpea traviesa mi rostro o se esconden en el débil y juguetón rayo de sol que me ciega por un momento. Otras veces son la cafeína de mi café o la suavidad de una sabana de algodón recién lavada. Pasean, a veces, por mi tímpano dejándome con un zumbido en los oídos por algunos segundos. Me desdoblan la ropa y voltean al revés mis calcetines. Por las noches, retrasan los relojes, encienden la radio y relamen los cubiertos. Solo están desesperados porque no entienden que las cosas han cambiado y se preocupan de más. Dormitan de día atrás de los cuadros y en los tallos de las plantas; pendientes, siempre pendientes, de nuestro andar.



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